Filosofía pesimista en latinoamérica
En Sudamérica, hay quienes consideran que este tipo de filosofía es algo que sólo considerarían los pueblos alemanes, noruegos, franceses y anglosajones. Según ellos, los latinoamericanos y sudamericanos estarían (o deberían estar) más preocupados por otras cosas, o simplemente nunca estarían de acuerdo con este tipo de filosofía. Pero no es así. El filósofo argentino Julio Cabrera, profesor jubilado de la Universidad de Brasilia, lleva décadas escribiendo desde un punto de vista filosófico pesimista, antinatalista. De hecho, lleva escribiendo sobre el tema del antinatalismo desde antes de las publicaciones de Benatar. Y mucho antes de Cabrera, tuvimos a Machado de Assis, un novelista y cuentista brasileño que estuvo muy influenciado por Schopenhauer y acabó dejando algunas de las mejores obras literarias del mundo -y se consideran grandes precisamente por sus puntos de vista pesimistas, que también tenían inclinaciones antinatalistas.
Veamos algunos pasajes cruciales de dos novelas de Assis
Quisiera hablar aquí del final de Quincas Borba, que también cayó enfermo, gimió sin cesar, se escapó desligado de su amo y fue encontrado muerto en la calle una mañana de tres días después. Pero al ver la muerte del perro contada en un capítulo aparte, es posible que me pregunten si es él o su difunto tocayo quien da título al libro y por qué uno en lugar del otro, una pregunta preñada de interrogantes que nos llevaría muy lejos… ¡Venga ya! Llorad por las dos muertes recientes si tenéis lágrimas. Si sólo tenéis risas, ¡reíd! Es lo mismo. La Cruz del Sur que la bella Sofía se negó a contemplar, como le pidió Rubião, está tan arriba que no puede discernir la risa ni las lágrimas de los hombres. (ASSIS, 1998)
Este es el último capítulo de Quincas Borba. La historia trata de un hombre llamado Rubião, que fue discípulo y heredero de Quincas Borba, el fundador de una filosofía llamada Humanismo. Además de heredar el dinero y la filosofía de Borba, Rubião también heredó su perro, que también se llamaba Quincas Borba. Sofía era una mujer casada de la que Rubião estuvo enamorado durante años. Para su desesperación, nunca pudo convertirse en su amante. Aquí vemos la influencia del pesimismo de Schopenhauer, ya que la Voluntad -esencia metafísica inmanente que impregna la realidad en la filosofía de Schopenhauer- es completamente indiferente al drama y al sufrimiento humano y animal. Al universo no le importan los problemas de Rubião. No le importan sus pasiones ni la lealtad de su perro, Quincas Borba. El universo es indiferente a nuestra presencia. Nuestras lágrimas y sonrisas no aportan nada, o incluso menos.
Sin embargo, es en otra de las novelas de Assis donde vemos una clara filosofía antinatalista. En Las memorias póstumas de Brás Cubas, Machado escribe:
Este último capítulo es todo negativo. No alcancé la fama de la cataplasma, no fui ministro, no fui califa, no llegué a conocer el matrimonio. La verdad es que junto a estas carencias sí me tocó la suerte de no tener que ganarme el pan con el sudor de mi frente. Además, no sufrí la muerte de doña Plácida ni la semidemencia de Quincas Borba. Juntando una y otra cosa, cualquier persona imaginará probablemente que no hubo ni carencia ni exceso y, en consecuencia, que salí cuadrado de la vida. Y se imagina mal. Porque al llegar a este otro lado del misterio me encontré con un pequeño saldo, que es el último negativo en este capítulo de negativos: no tuve hijos, no he transmitido el legado de nuestra miseria a ninguna criatura. (ASSIS, 1997)
Mientras que Machado de Assis era novelista y escribía ficción salpicada de filosofía schopenhaueriana, Julio Cabrera es un filósofo académico y su escritura pretende argumentar a favor de ciertas posiciones dadas ciertas premisas, incluso cuando escribe en forma de ensayo. Aunque escribió extensamente sobre el tema durante las últimas décadas, es en su libro más reciente -llamado Malestar e Impedimento Moral: La situación humana, la bioética radical y la procreación- en el que Cabrera da un argumento más detallado y claro a favor de una teoría ética negativa y antinatalista. Al igual que hice antes con Benatar, trataré de presentar el argumento de Cabrera de manera extremadamente condensada, ya que sería imposible tratar de exponer aquí la totalidad de sus argumentos.
Según él, todas las teorías éticas afirmativas -independientemente de que sean deontológicas, utilitarias o éticas de la virtud- acaban articulando ciertas ideas fundamentales, que él resume en lo que llama Articulación Ética Fundamental (o AEF). Llama a estas teorías éticas clásicas “positivas” porque su punto de partida implícito es que el ser humano tiene un valor estructural positivo, algo que Cabrera cuestionará. Para Cabrera, el ser humano tiene una carencia estructural de valor contra la que lucha durante toda su vida tratando de crear valores positivos -algo de lo que hablaremos poco después de tratar la estructura terminal del ser-. La FEA ocurre cuando consideramos los intereses de los demás en nuestras acciones (como mi copia del libro de Cabrera está en portugués, las siguientes traducciones son mías y pueden diferir de la versión en inglés):
En resumen, considerar los intereses de los demás significa: i) tenerlos en cuenta, no ignorarlos (no tener en cuenta sólo nuestros propios intereses); ii) examinarlos para ver si esos intereses son, a su vez, considerados hacia los demás (en relación con nuestros intereses y los de otros implicados). Esa sería la exigencia ética mínima, resumida en la FEA. (CABRERA, 2018)
Sin embargo, existe un grave problema que hace que la práctica de la ética -formulada como la FEA- sea casi imposible. A este problema lo denomina malestar profundo:
a) Al nacer, los seres humanos están dotados de una especie de ser decreciente (o ser “decadente”), un ser que empieza a terminar nada más surgir, y cuyo final puede ocurrir en cualquier momento.
b) Desde su aparición, el ser humano se ve afectado por tres tipos de roces el dolor físico (en forma de enfermedades, accidentes y catástrofes a las que siempre está expuesto); el desánimo (en forma de “falta de voluntad” para seguir actuando, desde el simple tedium vitae hasta formas graves de depresión); y, por último, la exposición a las acciones agresivas de otros humanos (en forma de discriminación, charlas, chismes, calumnias, exclusión, persecución, injusticia, tortura física y psicológica, e incluso exterminio), ellos mismos también sometidos a los tres tipos de fricción.
c) El ser humano está dotado de mecanismos creadores de valores positivos y que actúan como defensas desde a) hasta b), que el ser humano debe mantener constantemente activos frente a los avances de su ser decreciente o decadente y sus tres tipos de fricción, y tiene la capacidad de retrasar, suavizar, embellecer y olvidar la emergencia friccional del nacimiento. (CABRERA, 2018)
Cabrera llama a las características a-por-b la terminalidad del ser. Esta terminalidad del ser no se vincula sólo a nuestra muerte final, que él llama muerte puntual (MP), sino al proceso en su conjunto, desde el surgimiento del ser hasta su perecer. Al proceso de surgimiento y sometimiento del ser a la estructura terminal lo denomina muerte estructural (MS), algo a lo que todos estamos sometidos y no podemos escapar. Incluso si fuéramos capaces de inventar una forma de vivir eternamente como humanos, dadas las características descritas en la triple fricción y la constante creación de valores positivos (que siempre acaban negando los valores de los demás, incluso cuando no lo pretendemos), seguiríamos estando sometidos a la MS.
Según él, “(…) la estructura terminal del ser, la desvalorización originaria de la vida humana como malestar profundo, el carácter siempre reactivo de nuestros valores positivos en relación con la estructura terminal, y la presencia del sufrimiento en su triple manifestación estructural, el dolor, el desaliento y, especialmente, el impedimento moral (…)” (CABRERA, 2018) nos exige un tipo de ética normativa diferente al hedonismo, al eudaimonismo, al deontológico, al utilitarista, etc, ya que todas estas teorías éticas positivas acaban decepcionando a la FEA en algún momento. Ejemplos: cuando un hedonista busca construir valores positivos a través de experiencias placenteras, lo más probable es que acabe afectando negativamente a los demás, independientemente de sus intenciones; cuando un eudaimonista busca ser virtuoso, acaba ignorando o perjudicando a los demás en su terminalidad, lo quiera o no; el deontólogo puede causar daño a otros seres moralmente impedidos -el famoso imperativo categórico kantiano que prohíbe mentir incluso para salvar una vida humana es un gran ejemplo de cómo los deontólogos pueden acabar perjudicando a otros al perseguir este tipo de teoría ética positiva.
Por lo tanto, la ética positiva no es capaz de mantener la AEF. Tarde o temprano fracasarán. Al esforzarse por conseguir una “vida buena”, el eudaimonista acaba pisando a alguien. Al cumplir con un deber moral, el deontólogo acaba causando un daño a alguien. En su búsqueda por maximizar el bienestar o minimizar el malestar, el utilitarista acaba tomando decisiones que también causarán algún daño a alguien, lo quiera o no. Este impedimento moral hace que Cabrera piense en una ética negativa, una ética que hace que la FEA sea absoluta, por encima de la vida misma -al contrario que Nietzsche, por ejemplo, que proponía hacer de la vida un parámetro absoluto que estuviera por encima de todas las demás cosas, incluso de la ética-.
Para Cabrera, siempre estamos impedidos moralmente, ya sea de manera activa, pasiva o disidente. Existen los Impedidos Activamente Consentidos (IAC), los Impedidos Pasivamente Consentidos (IPC) y los Impedidos Disidentes (ID). Los ACI “son aquellos que, aunque ven que sus acciones se benefician a sí mismos y perjudican a los demás, no se preocupan por ello”. Los PCI “son aquellos que, con su indiferencia y omisión, contribuyen directa o indirectamente al establecimiento o perpetuación de un estado de cosas que provocan daño a otros humanos.” (CABRERA, 2018) Los DI son aquellos que se insertan en el mundo y acaban perjudicando trágicamente a los demás sin proponérselo o incluso cuando tienen la intención de hacer el bien; podemos poner el ejemplo de personas bienintencionadas que, en el proceso de ayudar a los demás, no pueden ayudar a todos los que les rodean y tienen que elegir un número menor de desgraciados a los que ayudar, dejando a los demás en la desesperación.
A lo largo del libro, Cabrera elabora una serie de imperativos negativos. Sin embargo, sólo hay una forma segura de evitar caer en la estructura terminal del ser y exponerse al profundo malestar de la vida: no existir nunca en primer lugar. Y esto sólo es posible en sentido estricto cuando nos abstenemos de crear nuevos seres sintientes, lo que significa que la evitación del sufrimiento nunca es posible para los que ya existen, sino sólo para los que potencialmente podrían existir pero nunca son creados. Aquí es donde entra en juego el antinatalismo en la filosofía de Julio Cabrera. Partiendo de una visión pesimista de la realidad -que incluye la triple terminalidad del ser, el malestar profundo- propone que actuemos de forma que se preserve al máximo la FEA, y la mejor forma de hacerlo es abstenerse de la reproducción. Aquellos que ya están vivos deben observar los imperativos negativos que buscan minimizar el daño a otras criaturas moralmente impedidas-pero siempre debemos tener en cuenta que esto es una tarea imposible, y seguimos siendo moralmente impedidos incluso cuando minimizamos nuestras acciones tanto como sea posible.
Para concluir, cabe señalar que, en su libro, Cabrera aborda el problema causado por la falacia naturalista. Sin embargo, argumenta que este problema no es un impedimento para la formulación de cualquier teoría ética, ya sea positiva o negativa. De hecho, ni siquiera David Hume y G.E. Moore -que defendieron la falacia naturalista como un problema al que se enfrentan la mayoría de las teorías éticas- estuvieron de acuerdo con la hipótesis de que no podemos formular una teoría ética porque no podemos deducir un “debería” de un “es”. Sin embargo, lo hicieron. Cabrera está completamente de acuerdo en que nunca podemos deducir un “debería” de un “es” -de hecho, Benatar también está de acuerdo con esto-, pero eso no le impide formular su ética negativa. Su respuesta a la falacia naturalista se divide en dos partes.
Primero: en ningún momento Cabrera pretende deducir lógicamente un “debe” a partir de las observaciones empíricas del mundo. Es decir, no intenta deducir un “debe” de un “es”. No deduce su ética negativa a partir de la observación de la estructura terminal del ser como deduciríamos la conclusión en un silogismo. Según él, la derivación no se produce sólo mediante el uso de la lógica, sino a través de un proceso “patético” (del griego pathos, sufrimiento, pasión, afecto) y existencial: todos nosotros experimentamos el profundo malestar que existe como triple manifestación del sufrimiento estructural. A partir de esta experiencia, podemos considerar los argumentos para evitar que el malestar y el sufrimiento se sigan propagando (por ejemplo, todos sabemos que la piel quemada causa sufrimiento y, utilizando este conocimiento, podemos derivar la idea de que quemar a los demás no es algo bueno; podemos derivar esto no utilizando la lógica pura, sino a través de un proceso patético y existencial de reconocimiento).
Segundo: Cabrera afirma que su ética negativa (en realidad, todas las éticas normativas, incluidas las positivas) otorga un papel fundamental a la elección humana: el sentido de la ética no es deducir una fría conclusión que sólo puede enunciarse de una manera formulista, sino argumentar que ciertas formas de actuar son morales y otras no. Por tanto, en cualquier ética normativa, sea positiva o negativa, tenemos el establecimiento de lo que está bien y lo que está mal, y es el agente moral el que decide si actúa o no de forma correcta o incorrecta, sea porque el agente reconoce lo que está mal y no le importa (el agente reconoce que es inmoral), sea porque el agente no reconoce la ética en su conjunto (el agente es amoral).